sábado, 25 de julio de 2009

EL SÍNDROME DE ÚLISES


Tomado de la página web del Ministerio de Cultura, Ecuador
(28-11-2008)
HUILO RUALES HUALCA

Sobre una torre de hierro de más de cincuenta metros, al pie de Las Ramblas, vive encaramado desde hace siglos Cristóbal Colón. A veces, se lo ve sumido en una soledad espantosa, en medio de ese embrollo de avenidas congestionadas. Y siempre, pero siempre, en tanto viejo marinero, se lo ve mirando al mar que delante suyo se desenrolla como un espejo perforado de embarcaciones y de estrellas. Y hacia allá señala su índice con determinación, como diciendo: Mirad, al otro lado del mar nos espera el Dorado. Aunque actualmente pareciera decir: Mirad, desde el otro lado del mar vienen en busca -o a recuperar algo- del Dorado.

Colón no suele equivocarse. Ni Juan Rulfo, que además de ser uno de los grandes maestros de la literatura hispanoamericana, es profeta. La evidencia está, por ejemplo, en el inicio de su gran novela Pedro Páramo: "Fui a Comala porque me dijeron que allá vivía un tal Pedro Páramo". Quien lo dice es uno de sus innumerables hijos, llamado Juan Preciado. EI hijo, efectúa el viaje en busca del padre que vive muerto en Comala. Ir en su busca tiene una pretensión sustancial: cerrar el círculo, eliminar el abismo que ha dejado el ultraje a la madre, la orfandad, el abandono. Metáfora perfecta de la historia que une y separa a España con Latinoamérica. El colonizador llegó, expolió, inseminó y arrancó la lengua -es decir, la memoria, la cultura, la identidad- y entonces se hizo el silencio que es la peor ceguera. Pero el padre deja en la madre el hijo y este se apropió de su lengua. Esa fue la herencia fundamental. Y un día, cuando arrasó la desesperanza, cientos de miles de ecuatorianos, que hacen el Juan Preciado, con las manos vaídas pero armados de la lengua paterna, hicieron el camino en su búsqueda. Y llegaron a España.

Hasta antes del 90, los latinoamericanos que llegaban eran estudiantes de la clase media o gente huyendo de las fauces militares, o, casi en calidad de fantasmas melenudos y malcomidos, los poetas nómadas.

De ecuatorianos no había ni la sombra.

La sola migración ecuatoriana provenía de la clase media pauperizada y tenía un solo horizonte que era Yankilandia. Pero los ecuatorianos pobres no tenían horizonte, ni siquiera sabían que existía a menos que fuera un abismo. La esperanza era un artefacto obsoleto, conforme lo dictan las sectas, un ticket solamente usable en la vida eterna para lo cual era indispensable primero vivir en la mierda y después morirse y entonces sí, ticket en mano, ponerse en la fila. De tal manera que el presente era esa cosa angosta como ascensor sin techo ni piso, llamada sobrevivencia. Sobrevivir como fuera, a gatas, a tientas, e incluso arranchando la vida ajena. Y así estaba la situación cuando ocurrió una ráfaga de su gobierno, que sin durar mucho tuvieron el tiempo de sobra para erigir la crisis económica más grande de la historia ecuatoriana. Entonces sí, se desfondó la realidad y se desató la desesperación y casi la antropofagia, y los pobres fueron cayendo en el abismo. Y en esa caída estaban cuando un rumor entre tanta farsa tomo cuerpo y se hizo bola de nieve, o más bien de fuego: había salvación sin necesidad de morirse. Y tal milagro, era posible en la mera España.

Hasta entonces, para los ecuatorianos pobres, la Madrepatria vivía muerta en el himno nacional o como una reliquia de la historia escolar y el mundo era una abstracción que empezaba en los linderos de la aldea. O existía solamente en el espacio virtual de la televisión. Pero tal era la oscuridad que por allí se hizo un boquete de luz, así es que a tientas, a empujones, vendiendo el alma al diablo a precio de huevo, buscaron la salida de la patria y se largaron por los aires o los mares, unos espantados, todos zombis, hasta aterrizar en la puta madrepatria.

Desde entonces, sin saber leer ni escribir, centenas de miles de migrantes andan escribiendo hasta en la noche, hasta en la tumba, la nueva historia ecuatoriana y, de paso, la nueva historia española. Para muestra basta un montón de muertos en España o a nombre de ella en sus guerras. La sangre suele inaugurar, ya sea el comienzo o el fin.

La migración está generando el nuevo imaginario literario, plástico, dramatúrgico. La nueva cultura ecuatoriana. El nuevo mestizaje que algo tiene de atávico y de recuperatorio. Analfabetos, semiescueleros, poscolegiales, universitarios, exprofesionales, miloficios, vagos por desgracia o por oficio, farsantes hastiados, negociantes sin estrella, truhanes sin salida, chapas rasos, obreras y decenas de miles de mujeres (que aparte del yugo de ser mujeres maltratadas en su hogar, han sido y ya no serán domésticas, ergo ya no serán víctimas de la llamada "esclavitud moderna" que de manera ciega se practica y se acepta por mayoría absoluta y hasta se incentiva en Ekuador), encontraron en España el sentido de la vida y de la muerte, que es, a la final, la misma moneda.

El barrio más grande de varias ciudades españolas podría llamarse Ecuador, a mucha honra. Pero eso no es posible porque los ecuatorianos son una diáspora y como tal están en todas partes y todos les pueden ver. Parecen hormigas en pista de carros chocones. De manera minuciosa y sincronizada suben, bajan, entran, salen, caminan, se paran, se escabullen llevando un estruendoso silencio que circunvala el zumbido gutural de los españoles. Un silencio que se triza violentamente cuando entran en los locutorios y se conectan al cordón umbilical que les devuelve a la tierra-mama. Entonces si se los oye, a gritos, a lloros, a silencios, a clamores y disputas, recuperar la intensidad existencial de su palabra y el sentido de la soledad y el desarraigo. Toda un epifanía que al salir del locutorio vuelve a ser silencio penetrando como un cuchillo en el zumbido gutural de España.

Así es la vida y eso cuesta. Y allí están trabajando de lo que fuera, con papeles o al filo de la navaja.

Allí, también, está la Alcancía, por si acaso. La Alcancía que, como su nombre lo indica, es la reina del hampa de baja ralea y que felizota de la vida asentó una de sus nalgas reales en Madrid y la otra en Barcelona. Casi en hombros, puesto que pesa como una campana, llegó y se dispersó por España con sus ahijados y cachifes y una parte considerable de sus huestes de malandros. Allí, desde hace algunos años está haciendo su agosto todo el año con sus filiales del robo callejero, la prostitución, la droga al menudeo, el subalquiler de vivienda por pulgadas, los préstamos al chulco para los meados por el diablo.

Pero también están los Latin-King, esos ángeles de bronce que hubieran entrado intactos al imaginario de Buñuel. Ejercito de ángeles sublevados como los de Mishima, que para espantar al miedo cultivan el honor más que el rencor. Ángeles expulsados de la jungla española, embajadores secretos de la Gran Venganza de los Abuelos, expandiéndose dentro del monstruo que los devoro. Ángeles más que iracundos melancólicos. Niños abandonados en la discoteca cósmica de la historia, del próximo milenio, entrando en su destino de ser los primeros hijos del suelo ajeno. Los primeros hijos del suelazo que tuvieron que vivir sus padres para salvarse.

En ellos, en sus cuerpos, en su lenguaje, en sus corazones, estallara el fuego que impedirá que se vuelvan ceniza. Los Latin-Kings. Los Reyes Latinos, en el Imperio de la Nada, amparados por una estrategia casi lúdica hecha de normas preservatorias y depredatorias y jerarquías indias. Todo un juego de huérfanos de la guerra preparándose para ella. Porque ya lo saben y en carne propia que España no es el Dorado sino un campo de batalla.

Dominus Vobiscum. Amén.

(Huilo Ruales Hualca)