jueves, 20 de agosto de 2009

ESTRUCTURAS PATRIARCALES, MEDIOS Y SENTIDO COMÚN.


El jefe de clanes hace un llamado a cada clan para que demuestren su fortaleza como jefes de clan, ha hecho sonar el tambor y ningún líder de tribu puede mostrar debilidad ante él, ya que eso sería dar a entender que se está llevando mal a la manada, no se debe mostrar signos de impotencia alguno, ante otros jefes de clan (presidentes, generales, dueños de empresa, etc.) ante posibles aspirantes a jefes de clan (aspirantes a presidente, etc. etc.) y mucho menos ante el grueso de la población. El tambor ha sonado y dice no muestres debilidad por que el poder patriarcal está en riesgo…


Hay que partir de algo bien concreto, las estructuras legales han sido construidas por hombres (varones), para incluir por dentro a quienes consideran iguales, así como para contener y dejar por fuera al grueso de la población (mujeres, niños, ancianos, tullidos, opción sexual distinta, etc.), de ahí que los regímenes discursivos hayan metamorfoseado hasta dar una impresión inclusiva, igualitaria, liberal; no quiere decir que en sus núcleos no se mantengan intactos.


Tenemos que los regímenes legales, constitucionales se fundan en la palabra escrita, en el acta, el documento, la firma que da sentencia; no nos olvidemos que quienes mantuvieron el control de la palabra escrita en occidente durante más de diez siglos fue la iglesia y por tanto los hombres, que en el Ecuador hasta bien entrado el siglo XX eran los hombres quienes tenían el control de la grafía, que en el año 78 se otorgó el voto a los analfabetos (que en la práctica era el voto a los indígenas), que el acceso a la palabra pública era facultad del blanco.


Por tanto, el manejo de lo público en sus dos acepciones, como vida en la calle y como manejo de lo legal, ha sido históricamente construido desde, por y para los hombres, agravado en países con fuerte presencia indígena-negra que siempre fueron vistos como mancha borrosa, como lo excluible (indios vagos, negros perezosos) a sabiendas de que no podían eliminarlos físicamente pero sí discursivamente, menospreciarlos hasta dejarlos en siluetas difusas.


La palabra legislativa oficial se afianza en el control de sus periferias, de sus pobres; en el acceso controlado y a medias de la palabra escrita y de los números para que dejen de ser bestias de carga como lo habían sido hasta entonces y para que puedan entrar a trabajar en mejores condiciones. No es que las élites se vuelven más chéveres, sino que la mano de obra semigratuita que les da de comer debe adquirir otras habilidades para que sean más productivas; “la letra con sangre entra” se vuelve condición indispensable para que los más ricos lo sigan siendo.


Mas allá del régimen narrativo que se sigue fundando en el documento, la palabra escrita que sentencia y firma el futuro de sus integrantes; tenemos el régimen coloquial, las prácticas discursivas cotidianas que es donde se plasma el “como quien no dice nada” en el sentido común, anquilosado, petrificado en nociones aparentemente poco pensadas pero por eso mismo muy “naturalizadas”.


La democracia en este sentido sería una ficción que opera en tiempos de paz, cuando la hegemonía cumple su papel a rajatabla, es decir, validando los intereses de una minoría como que fueran los de una mayoría, la democracia vendría a ser “lo normal” de la exclusión. El patriarcado en tiempos de paz no se muestra, se invisibiliza para que las cosas caminen. En cambio asoma con toda su brutalidad en tiempos de crisis, (salen los ejércitos a las calles, la iglesia se pronuncia), se devela, deja ver aquello de lo que está hecha la democracia: de sangre, represión tapiñada de la inconformidad y de varones.


Medios y naturalización de la dominación.


Si antes la palabra escrita estaba en manos de la aristocracia y la iglesia, las imágenes hoy en día, se encuentran en manos de los grupos de poder económico (o sea de los mismos), por tanto, el acceso a lo mediático también se da en términos excluyentes puesto que se construye en torno a un deber ser ideal (blanco, católico, hetero) para no entrar en condición de crónica roja, sino en condiciones “estético-ideales”. Las propagandas por su parte apelan a ese deber ser de familia nuclear y en situaciones arquitectónicas específicas por así decirlo (cocina de tal forma, patio, jardín, carro, etc.) Para analizar esto, no está demás retomar las Mitologías de Barthes para entender como se recurre perennemente a un “como debe de ser” en la cual la mayoría de pobladores de este país no se encuentran en posibilidades de calzar sino de manera apretada, “entrecomillada”.


Los cruces de raza, clase y género están presentes de manera permanente a todo nivel, desde la presidencia de la república (infantilizando, choleando, homomenospreciando, desestimando la posibilidad de pensar con cabeza propia) y esto va por decirlo así descendiendo[1] progresiva y simultáneamente a otras instancias, (presidencias, alcaldías, colectivos, familia, pareja, psique) que con los elementos naturalizadores de la dominación (Bourdieu) se permean y petrifican de tal forma en el lenguaje, que valida a lo sabio patriarcal haciéndolo ver como el “así es, no podría ser de otra manera”.


En ese sentido vemos que los medios reproducen de manera permanente e incansable estas estructuras de rearraigo de la tradición (Thompson) y de las naturalizaciones imaginarias de la desigualdad social (Wortman). De ahí la necesidad de la paz, de la ficción democrática.


Marcadores que naturalizan:


Por su parte los medios y prácticamente todos los actores sociales operamos sobre marcadores que descalifican y califican permanentemente lo válido, esta es una constante social que se vive sobre la base de la estereotipación al infinito de lo que nos rodea, del no reconocimiento del otro como igual, sino de la desestimación perpetua y de la simplificación eterna de las diferencias.

A continuación escribo algunos ejemplos, sin llegar a agotarlos de cómo en la práctica mediática -o no-, se dan estas reducciones:


Cuando intentas menospreciar a alguien lo feminizas y al hacerlo lo desprecias, pero muchas veces lo adjetivas de maricón (con todos sus posibles significados), es decir, lo vuelves débil, inconstante, ambiguo, poco serio. Al transformarl@s en maricones de fondo se muestra un profundo desprecio por lo femenino, ya que lo vuelves sinónimo de algo o alguien inferior a quien no se le puede respetar como a un igual.


Así mismo los ancianos, que solo aparecen con su caminar lento en el día del padre/madre como estrategia de marketing o en asilos mostrándolos como seres en descomposición, abandonados como que la vejez chira fuera peor que la gripe AH1N1. ¿A alguien se le ocurrió llamar alguna vez a Joyce de Ginatta, León Febres Cordero o Sixto Durán Ballén, venerables ancianos? La ancianidad es un adjetivo que se incrusta en la definición de las personas en relación directa con la capacidad económica de las mismas.


Cuando se apela al discurso ciudadano, pongamos como ejemplo la educación pública, que desde fines de los años 60 ha sido una constante sin parar, el asedio en contra de la misma. ¿Qué tenemos entonces? Los medios por un lado, el gobierno por otro han sido persistentes en generar un sentido común antipúblico, tanto medios como gobierno tienen una misma orientación naturalizada de clase con intenciones distintas ¿No será que en el fondo hay un profundo odio racial contra ciertas clases medias venidas desde abajo? A las que no aún no se les borra lo indio de la cara, (maestros, ejército, burocracia media) A las cuales hay que desestimar, menospreciar, vituperar por no provenir desde el canon blanco-hegemónico o dicho de otra manera por no ser racionales, educados.


Y más triste aún ¿No es acaso un odio a nosotros mismo?, como ejemplo pregunto: ¿Qué propaganda está hecha con indios, negros? sin que sean tratados como folclor, como parte de las “bellezas naturales/ancestrales”.


Fuera de lo contemporáneo, habitan en postales para el recuerdo; convertidos en seres tontos y anodinos dignos de la risa a sus costillas (como Moti o como se aborda a los negros en cualquier serie televisada), dioses de los músculos y las curvas, aptos para un instante de placer; o héroes del Olimpo deportivo (pero cuando fallan un gol se regresa al negro bruto). Pero nunca seres humanos a secas, sin epítetos que los simplifiquen hasta dejarlos en mera animalidad brutalizada o sexualizada.


No se hable de los informales, de los descamisados, de los indígenas que solo aparecen en casos de extrema indigencia o en linchamientos comunales, afirmando tácita y permanentemente desde los medios: esos no somos nosotros, esos son ellos; por tanto hay que alejarse de la barbarie lo más que se pueda.


Tenemos que la criminalización, violentización de lo no blanco, lo pobre-lo indio-lo indigente-la falta de infraestructura; se vuelven sinónimos. Por tanto, los pandilleros son producto de la falta de valores en su casa, padres maltratadores y no un problema estructural. Se individualiza la culpa como diciendo todo está bien, el problema no es de inequidad socio-económica sino de promiscuidad tercermundista.


Por otra parte tenemos que esa ridiculización, esa reducción a términos esencializados, guarda estrecha relación con esa consideración estereotipada que tenemos del otro. Una salvajización naturalizada e inentendible por parte de quien lo lee (pues muchas veces no se da cuenta que lo hace) y esa necesidad de empezar a explicar a salvajes-niños chiquitos (es que no saben pobrecitos) por la vía de la infantilización y de la descalificación perpetua.


Habría otras formas de poner en evidencia el patriarcado: la intransigencia, el poder patriarca no “dialoga” si es que no depones alguna medida de hecho (una huelga), se menosprecia la capacidad de respuesta de quienes exigen algo, se posmoderniza, es decir, se les quita todo tipo de densidad histórica (las barras bravas no son propias de este país) y al mismo tiempo se sobredimensiona el tiempo de quien lo enuncia: todo tiempo pasado fue “ÉL” tiempo. No está demás decir que simultáneamente hay actos de ridiculización denigrantes y descalificadores que refuerzan todo lo que se dice en contra de quienes se lo hace.


Decir que detrás de eso hay alguien, la influencia se sobredimensiona y al hacerlo se los infantiliza (desde la derecha se dice que Correa está mal influenciado por Chávez y por ese socialismo anacrónico, Correa dice que los maestros (mediocres) y los ecologistas (infantiles de izquierda) están mal asesorados; el rector de la UCE dice que detrás están los chinos, las mamas dicen que sus hijos toman porque tienen malas amistades y así sucesivamente la psicología conductista nos dice que somos vagos por que no erradicamos nuestra parte india.


Con todo lo dicho, podemos acortar diciendo que operamos al interior de sentidos comunes aparentemente desconectados entre si, pero que funcionan como generadores de realidad de manera profundamente excluyente, permanente y, por tanto, casi siempre naturalizados. El sentido común para decirlo de manera rápida sería: Aquello con lo que vemos pero no lo vemos porque es lo que usamos para ver.


Democracia, sentido común y medios.


Se infantiliza y se ancianiza es decir se llega a una especie de medianoetarización de quien enuncia naturalizadamente, hay un rango de edades que hacen que la palabra dicha en ese espectro se valide, siempre y cuando obviamente cumplas los otros requisitos, color de piel, urbano (pero no de las periferias económicas), preparación académica, ropa utilizada, lenguaje que se emplea, etc.


La edad mediana (con una tendencia a seguir bajando el rango de edad) y la democracia van de la mano: democracia y mediocracia (en tanto gobierno del medio y en tanto mediocridad como gobierno de los sentidos comunes) son el nifu nifa de los tiempos de paz. Por otra parte los estereotipos del patriarcado y las acciones que utiliza para justificarlo son múltiples y variados pero se los reconoce por que empiezan a operar en la medida que te acercas o alejas del canon y lo que es peor: uno mismo genera lenguaje desde ahí asumiendo que de alguna manera te encuentras dentro del canon.


Bernardoabadización del pensamiento (“como debe de serr” implica pensar desde las estructuras hegemónicas), Estibenniguachosización de la palabra (lo ciudadano desde la joda menospreciante)


Con todo lo dicho tendríamos que los medios amplifican el sentido común hegemónico y excluyente, la democracia lo naturaliza y el patriarcado se perpetúa.


Ahuecando el ala.


Las prácticas mediáticas están trazadas en una línea de exclusión muy profunda donde poco son los llamados y menos aún los elegidos. ¿De qué revolución ciudadana hablamos si las acciones mismas no se desmarcan de fronteras simbólicas excluyentes, profundamente patriarcales, androcéntricas, infantilizadoras, homofóbicas y racistas?


Para terminar podría decirse que si se quiere ir en contra del poder establecido hay que tener en cuenta que no se debe ni se puede hablar, actuar, pensar con los mismos lenguajes ya que eso valida, perenniza y responde de la misma forma que los jefes de la manada quieren que lo hagas, es decir, quitando la posibilidad de que emerjan como sujetos políticos, válidos y autónomos.


Los movimientos alternativos actuales pueden/deben/tienen que intentar pensar formas y actos distintos de construir política sin borrar la memoria histórica ni olvidar como opera el poder en su materialidad e incluso valiéndose de muchas tácticas utilizadas por este, pero también pensando en que el lenguaje aprisiona y petrifica.




[1].- Este descendiendo es metafórico, pues se da en ambas direcciones (de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba) de manera compulsiva y permanente, desde y hacia muchas partes.